BETTY BOOP

Día 5: Barrenadores

Hay varios tipos de insectos que pueden taladrar los troncos y ramas, agujereando y haciendo túneles donde depositan sus huevos para que, al nacer, las pequeñas larvas devoren los tejidos del árbol hasta que la madera se pudre, la resistencia disminuye y el árbol finalmente muere.

Estos gusanos invaden la madera debilitada porque su sabor les resulta irresistible y causan tanto daño que el árbol afectado tiene pocas oportunidades de ser rescatado y en general se debe extirpar para preservar la salud del resto del jardín.

Sus víctimas favoritas son los árboles más débiles por falta de agua y nutrientes o por estar lesionados y descuidados. Las ramas rotas por las tormentas son el festín de estos devoradores.

Un buen jardinero debería identificar rápidamente su presencia porque el árbol se ve abatido y amarillento, con aserrín en sus pies y agujeros en sus ramas.

El tratamiento adecuado tiene diferentes etapas. Primero se debe regar y abonar la especie afectada. Si no da resultado se aplicará un insecticida. Como tercer paso se deben sellar los agujeros pero ésto deja la plaga en el interior del árbol por lo cual, si no es efectivo, el último recurso es talar el árbol para evitar que propague la plaga al resto de la especie.

 

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Esto te hace la muerte. Te taladra, te perfora, deja huevos que se convierten en pequeños monstruos que te van pudriendo por dentro. Y si no recibes abono y cuidados, o no eres lo suficientemente resistente, te mata también.

Allí hundida en esa cloaca, debilitada y vulnerable fui presa fácil de los insectos barrenadores. Podía sentir cómo el dolor masticaba mi pecho como los escarabajos barrenan el tronco de un árbol y lo agujerean hasta matarlo.

Necesitaba abono, un buen insecticida y sellar los agujeros pero ¿cómo?

 

Día 6: Repicar

Me encuentro con “La ridícula idea de no volver a verte” de Rosa Montero cuando estaba transitando el tercer año de mi propio duelo como esposa. Primera #Coincidencia ya que Rosa escribe ese texto en el mismo período de su propio duelo.

Rosa se prepara para prologar el diario que Marie Curie escribe como mujer a partir de la muerte de su esposo Pierre Curie. Pero en esa lectura #Repica su propio dolor y escribe dejándolo salir a medida que desgrana la vida íntima y científica de esta mujer, apasionada con la vida y con la muerte.

Qué desvergonzada me siento tratando de encontrar #Coincidencias entre dos mujeres extraordinarias y una simple doliente como yo. Sin embargo, y mientras estas letras se queden en los anaqueles de las infinitas páginas que escribo en mis cuadernos para que nunca nadie las lea –hasta hoy-, puedo decir con absoluta simpleza que tenemos cientos de cosas en común. Desde el infinito hecho de ser mujer, hasta el infinito dolor compartido con otras miles de mujeres anónimas que vagan por ahí sin que nadie estampe en tinta sus angustias.

Nunca ganaré dos premios Novel como Marie pero puedo saber perfectamente qué sintió cuando la vida, tal como la conocía, se derrumba en un segundo, en el tiempo que tarda ese desconocido en decirte que tu amor ha dejado de existir. Nunca escribiré tan bien como para ganar las decenas de premios que Rosa ha obtenido por sus palabras lanzadas a volar, pero si me atraviesa su retrato del extrañar la intimidad construida entre dos seres que en pequeños  instantes se funden en uno.

La vida y la muerte es algo que nos iguala por completo. Todos necesitamos amar, todos necesitamos ser reconocidos por ese otro que te completa, no como sostén sino justamente como constatación de tu propia existencia; y finalmente, todos nos vemos enfrentados al verdugo del cual queremos escapar.

Mientras leía “La ridícula idea de no volver a verte”, estaba sola con mi copa de cabernet que me acompañaba para soportarlo, pero a la vez fue tan esclarecedor de mis propios sentimientos, alguien ponía en palabras tantas sensaciones, tanto dolor experimentado en la propia piel que sentí una conexión muy estrecha entre Marie, Rosa y yo y pude imaginarme las infinitas mujeres que conformamos esa comunidad imaginada de viudas…. Miles de mujeres unidas por un vínculo aborrecido pero inevitable….

Cada libro que pasa por mis manos me produce el efecto de #Repicar. Me picotea, me punza y me hace sonar. Primero hacia adentro, luego vomito las voces dormidas y escribo. Escribo. Escribo.

“La ridícula idea de no volver a verte” me hizo vomitar mis fantasmas y mis miserias, mi dolor y el de mi pequeña. Escribí para reinventarme y acá estoy dos años después… escribiendo y compartiéndolo.

Día 7: Nuestro diamante interior

Pequeña pero brillante, destellaba una luz como la de los rayos de sol que hiere los ojos pero te atrapa, te conecta con el universo.

Luchaba por dejarse ver, por salir a la superficie, pero se encontraba detrás de un muro muy pesado y compacto. Hubo un tiempo que logró tirarlo abajo y dejarlo en mil pedazos. Comenzó a andar entre las rocas gigantes de lo que había sido su prisión y sintió que quizás ahora si lo lograría.

Llevaba años tropezando entre esos escombros cuando de repente cayó en un pozo negro y oscuro, no tuvo miedo solo dolor. Un dolor que perforaba su pecho como una daga.

Cuando logró recuperarse de la caída y adaptar la vista a la oscuridad, percibió que había una salida. Una tenue luz se podía divisar al final de una escalera con peldaños de diferentes tamaños. Trató de imaginar cuántos serían pero era imposible contar. Comenzó a subir, lenta pero perseverantemente. Ascendió a veces de a cientos, a veces cayendo y volviendo a caer, pero siempre con la ilusión de llegar a esa luz al final de la travesía.

Luego de años de oscuridad, llegó hasta el último tramo, los escalones eran más grandes y cómodos y la luz brillaba cada vez más. Trepó y trepó pero cayó exhausta, agitada y jadeante. Caída sobre un escalón helado respiraba ansiosa cuando de su boca comenzaron a salir pequeñas larvas que al contacto con la luz se convertían en brillantes mariposas azules. Primero de a una, luego de a cientos brotaban de su boca y salían volando por la boca del pozo.

Sorprendida pero aún más anhelante, volvió a trepar los escalones hasta que dió un manotazo queriendo tocarlas y de pronto estaba afuera. Lo había logrado.

Las mariposas revoloteaban como niños en el parque y cambiaban de color con la luz del sol. Ella, tirada sobre la hierba, dejó que el universo entrara por sus ojos.

 

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