Día 1: Entrega
Maitena Caimán nos desafía a escribir durante cada día del mes de mayo en nuestro blog. Me entusiasma la idea pero me aterroriza en igual proporción. Tengo abandonado mi “hogar de escritura”, mi refugio, mi cuarto privado. Hace meses que no paso por allí. Hace meses que no me permito el placer de escribir, la libertad de encerrarme en este cuarto solo mío y volar entre palabras, enredarme en el lenguaje, mirar por la ventana de mi corazón.
Me aterra lo que pueda ver allí. Es la única ventana en este cuarto y mi mente no sabe qué puede aparecer detrás de su reflejo resplandeciente. A mi mente le aterroriza lo que este corazón atolondrado pueda mostrarle desde allí. Ella prefiere la seguridad de la cocina, mirar por la ventana de la ciudad, del hogar conocido y confortable. ¿Para qué arriesgar?
Aún así acepto el reto, me meto en mi cuarto privado y los invito a ver por el agujero de la cerradura. ¡Ojo! Ustedes no saben qué van a ver allí ni con qué se pueden encontrar, pues yo tampoco.
Trato de mantener siempre mi cuarto en orden. En realidad soy una obsesiva del orden. Pero más me obsesiono, más desorden aparece.
Estoy convencida que el orden exterior me otorga orden interior, me permite pensar y crear. Sin embargo no está resultando. No logro mantener ni el afuera ni el adentro ordenados. Más bien todo lo contrario, más me obsesiono más caos aparece en todos lados.
Aclaro esto porque es muy probable que “Mi cuarto privado” al que estoy a punto de darles acceso sea un verdadero embrollo. Probablemente estén por entrar en mi laberinto interior, en mi propio babel.
Están alertados: se pueden perder en mi maraña de pensamientos, puedo perturbarlos con mis desconciertos, quizás hasta pretenda que me ayuden a ordenar la ropa tirada, los zapatos desparramados, las maletas sin deshacer pero por sobre todo…
Quizás pretenda que me empujen a hacer lo que debo hacer: mirar hacia atrás y «ver la senda que nunca has de volver a pisar».
Día 2: Comenzar, acabar y recomenzar
Mi rueda interna siempre me hace la misma treta. Ya debería estar alerta y pararla a tiempo pero ella siempre se sale con la suya. Como la rotación de la tierra respecto al sol, mi rueda interior pasa de la más bella primavera al invierno más desolador.
Cuando paso por mis primaveras estoy tan feliz que mi psique no puede soportarlo. No está acostumbrada a hacer lo que le gusta. No está acostumbrada a estar en sintonía con el corazón. Ese iluso soñador, idealista y volado al que siempre menospreció ¿cómo puede ser que la haya conquistado? ¿cómo pudo dejarse vencer por sus delirios y sus sueños? Ella, tan racional, tan dedicada, tan obediente, se siente mariposa acariciada por la flor.
Cuando paso por mis primaveras está tan desconcertada mi psique que hace escenas cada día, se queja, patalea, hace berrinches como nena asustada. Me quiere demostrar que antes estábamos mejor, que sigamos por el camino trazado ¿qué necesidad de aventurarnos por caminos inexplorados? ¿Qué necesidad de comprar alas si nuestros pies estaban tan bien plantados, paraditos y quietos, esperando el bus indicado?
Cuando paso por mis primaveras mi psique está tan asustada y enojada que hace un berrinche cada día, me detiene un rato, me detiene un día y, si no le presto atención, me paraliza completamente. Pero él no se detiene… no logra que mi corazón se detenga, no logra infundirle el miedo que ella siente. Perseverante y consecuente corazón aguanta todo lo que puede hasta que inexorablemente ella asume el poder y lo introduce en el más frío invierno.
Cuando llegan mis inviernos me despierto a la mañana y mi cuerpo pesa como piedra. Mis ojos no se despegan y algo en mí se niega a despertar y afrontar el día… ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué me pincho así? ¿Qué fue lo que me dejó seca e inexpresiva? ¿Qué fue lo que me sacó el deseo irrefrenable que sentía?
Cuando llegan mis inviernos dejo de sentir que me como el mundo, dejo de sentir esa pasión arrolladora, todo mi manantial de pasión, intereses, deseos y expectativas se seca. Todo me parece irrealizable, imposible o directamente sin sentido.
Cuando llegan mis inviernos me disperso, me bloqueo, se me congelan las sensaciones, las células y la piel… la capacidad de sentir placer…
Cuando llegan mis inviernos quedo eclipsada, encerrada, atrapada, aislada… ¿A dónde irán la pasión, el deseo y los sueños? No logro recuperarlos entonces comienzan las dudas… ¿tal vez no son tales? ¿Y si los inflé demasiado?
Cuando llegan mis inviernos dejo de sentir. Me siento vacía, completamente vacía… sin pensamientos, sin sentimientos…bloqueada… deshumanizada.
Día 3: Sentido
Abro el diccionario para buscar un significado, lo leo. Vuelvo a leer porque no tiene sentido. Pensé que era otra cosa… Miro una palabra más arriba, una más abajo…me alejo y observo la hoja completa. ¡Nada tiene sentido! Las palabras no siguen el orden alfabético lógico, palabras que sí conozco ahora aparecen con otros significados. ¡Es imposible, estoy enloqueciendo o qué! Miro la tapa, sí es mi diccionario de siempre. Por un momento pensé que era otro y vino fallado. ¡Alguien me está haciendo una broma! No lo entiendo, cómo es posible. Sigo mirando y leyendo hoja tras hoja, la B, la C, la M, la Q… ninguna tiene sentido.
Estoy sola y no sé a quién consultarle que es lo que está pasando. Tengo algo malo en mi cabeza, rápidamente somatizo y creo que me está dando un ACV. Ya me empiezo a sentir mareada. Busco el teléfono e intento llamar a mi hermana. No, mejor no. ¿Qué le voy a decir? Encuentro su número, releo la conversación que tuvimos anoche por el chat. Todo en orden. Mi cabeza está bien. Es el diccionario. ¿Estará en otro idioma? No! Si lo estoy leyendo! Está en español pero todo, todo, todo tiene un sentido diferente. El lenguaje completo es otro. ¿Cómo voy a comunicarme ahora?
Salgo a la calle y camino hasta la esquina. En el bar hay varias mesas con gente conversando. Paso despacio, mirando mi celular como distraída y trato de escuchar. Las frases no tienen ningún sentido. Las palabras se mezclan de una manera que no comprendo. Escucho mesa, cierto, trabajo, hijo, escenario, payaso…. Todas utilizadas de manera diferente….
Camino en estado de borrachera, como un zombie. Por la misma vereda veo a mi vecina que viene sonriendo directo hacia mi… ¿qué le digo? ¡Por favor que le entienda! ¡Por favor algo de cordura! Me mira, se me debe notar la desesperación en la cara, observa mi cara de desconcierto y dice frases que no tienen ningún tipo de sentido para mi… Me toca el hombro en señal de contención. Yo no abro la boca, no se qué decir, no comprendo nada. Miro mi muñeca y golpeo dos veces mi reloj. La miro y noto que comprende. «¡Apurada!» –afirma-. Dice varias palabras inconexas que podría ser algo como simplemente Ok. Me da un beso y sigue caminando.
Respiro.
No se cómo voy a comunicarme. Lo único que parece seguir teniendo sentido es el paso arrasador del tiempo… las agujas aceleradas del reloj girando enloquecidas hacia nuestro final inexorable…
Día 4: Dolor
Un día el tiempo se detuvo. Ya no tuve más estaciones, ni inviernos ni primaveras. Todo giraba a mi alrededor pero yo estaba detenida. Miraba a los demás como en un set de filmación, como actores de una película en la cual yo, no era nada más que una observadora impávida. Escuchaba a los demás como si hablasen un idioma diferente que yo, no entendía en absoluto.
El mundo seguía su ritmo pero para mí todo había perdido su sentido.
Mis fríos inviernos de dudas y miedos, mis alocadas primaveras de pasión y deseos, lo bueno y lo malo, lo lindo y lo feo, hasta lo más aterrador… Y el lenguaje. Ese del que había vivido hasta ahora, ese que me daba refugio y mantas calientes, ese que podía hacerme temblar de miedo y estremecer de excitación, ese al que siempre recurría cuando me hartaba de jugar al personaje de ficción y necesitaba encontrarme con mi esencia. También ese había perdido su sentido.
Caí en un pozo profundo, oscuro y enloquecedor. Podía tocar con mis manos sus paredes húmedas tan cerca de mi cuerpo que apenas me permitían respirar.
Allí hundida en esa cloaca pensaba que aunque alguien se acordara de mí como para intentar rescatarme ¿qué sentido tendría si yo ya no encontraba ningún sentido? ¿Valía la pena el esfuerzo de intentar salir de allí cuando el único recurso con el que contaba ya no servía? ¿Valía la pena escalar estas paredes cuando ni siquiera las palabras tenían sentido?
Allí hundida en esa cloaca tuve tiempo de repasar mi vida completa. Cada uno de los inviernos y cada una de las primaveras. Cada combinación de palabras y su consecuencia aterradora o excitante. Cada personaje de la película y cada uno de los personajes que yo también había representado.
Allí hundida en esa cloaca, lastimada por la caída, sangrando y en carne viva, entendí que o yo también moría o miraba de frente y asumía lo único que tenía sentido para mí, lo que había venido a hacer a este mundo, lo que podía hacerme divisar una salida y adquirir algunas certezas.