BETTY BOOP

Día 12: Alumbramiento

En el momento en que el tiempo se detuvo, los viajes que ya había hecho y tantos que quería hacer se fueron, arrastrados por un huracán que embulle lo que encuentra en su camino. En ese instante comprendí que un horizonte sin viajes era también morir.

Me atormentaba la idea pero a la vez me dio un punto en el que concentrarme, una punta del ovillo de la cual empezar a tirar.

Siempre, siempre, siempre había deseado viajar. Pero ¿quién no? No era original ni podía hacer de  eso una profesión.

Por mucho tiempo, mucho realmente mucho, me daba culpa solo pensar que esa era mi pasión. Y cuando me animaba a admitirlo la única respuesta que escuchaba era: “¡Qué viva! ¿A quién no le gusta viajar?”

Me quedaba con un sabor amargo porque sabía que había algo más, que para mí no se trataba de ir de vacaciones pero aún no podía comprender ese “algo más”. El afuera y sus opiniones me pesaban demasiado.

Pero cuando todo dejó de tener sentido, viajar sobrevivió. Cuando tu cuerpo no experimenta nada, cuando ningún estímulo agradable o desagradable lo perturba, cuando te sentís muerta, ese punto de luz por muy insignificante que sea se vuelve un sol… mi sol.

Convencida que la respuesta estaba dentro mío, comencé a tirar de ese ovillo y sin saberlo, desperté un volcán en erupción.

Me las arreglé para viajar. Con el cuerpo en pedazos, la mente divagando y el corazón detenido, aún tuve ganas de moverme y viajar.

Había tenido que tomar miles de decisiones en ese tiempo pero la decisión de hacer el viaje provocó ese torrente de energía imparable, esa bola de nieve en caída libre arrasando prejuicios, culpas, opiniones y mandatos. Y me fui.

El diamante interior que todos tenemos dentro agujereó el maldito velo que lo había estado ocultando y comencé a tener dolores de parto.

 

Día 13: Lo que yo era.

En “Salvaje”, Cheryl camina, se pone en movimiento, descubre, viaja… escribe.

Cuando leo “Me sentí… yo dentro de mí, ocupando mi lugar en la insondable Vía Láctea.”, sé con absoluta certeza que esa soy yo viajando.

Viajando me siento dentro de mí. Siento que ocupo el lugar que debo ocupar, que no es un lugar físico particular, sino el estar en movimiento.

Escribo en mi diario: ¿Qué pasa en los viajes? ¿Qué ME pasa? ¿Qué siento? Y la respuesta es inmediata: en los viajes soy yo. Sin prejuicios, sin obstáculos, sin mandatos, sin miedos, sin represiones, segura de mí misma, feliz por hacer lo que me gusta.

Me siento libre, en movimiento, siento adrenalina recorriendo mi cuerpo por descubrir y conocer, por observar y aprender.

No se trata de ir de vacaciones, lo que me apasiona es descubrir lugares, culturas y modos de vida. Lo que me moviliza es descubrirlo y compartirlo, contarlo, retratarlo.

En ese mismo tiempo descubro los blog de viajes. ¡Qué idiota me siento! Hay tanta gente por el mundo haciendo lo que yo ni me animaba a admitir. No era ni rara ni diferente, solo no estaba ubicada en el contexto indicado, tan simple y tan doloroso como eso.

Ese “algo más” que no podía admitir de pronto parece tan obvio: Viajar es mi pasión, los viajes son el motor de mi vida. Es lo que yo era.

Día 14: Ser mujer  

Llevaba dos años hundida en esa sucia cloaca y se acercaba mi cumpleaños número 40. Cuarenta. Forty. Quarente. Quaranta. Sonaba a mucho en cualquier idioma.

Para evitar hundirme más en el lodo, decido salir de viaje y concretar el itinerario que vos y yo habíamos diseñado. Estaba decidida a volver a vivir y si había alguna posibilidad sería viajando.

París me recibió helada y envuelta en niebla pero yo brillaba por dentro así que poco me importaba. Iba en busca de mi misma, de reencontrarme, de saber si tenía la fuerza para viajar sola con nuestra pequeña, de no necesitar de nadie más que yo para cumplir mi sueño de volar.

Rebozaba de alegría, sentía que el cuerpo me pertenecía por completo. El corazón estaba calentito, arropado como un niño abrazando a su peluche.

Era yo y me sentía dentro de mí.

Estaba abierta a descubrir, abierta a disfrutar, abierta al mundo.

Pero ese viaje tenía algo más reservado para mí, algo absolutamente inesperado, la posibilidad de reencontrar la mujer que fui.

Cada partícula de mi cuerpo se desperezó y fue despertando. Ese mismo cosquilleo que activó alguna vez tu perfume de pronto ocupó los agujeros que venía haciendo el dolor. Mi cuerpo dejó de ser nada más que el medio que me posibilitaba moverme, alimentarme y trasladarme. Ese cuerpo que sentía como una carga pesada de pronto se convirtió en algo que ya había sido pero había olvidado, se convirtió en un cuerpo de mujer que alguien podía desear y un medio que  cumpliría mis propios deseos.

La mujer que era despertó de su peor pesadilla y, aunque no fue más que algo efímero, la devolvió a la vida. Aún me quedarían muchas noches oscuras así que me tendí al sol y dejé que él me acaricie.

 

 

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