Día 15: Let´s go!
Tanta búsqueda había dado frutos. Había encontrado ya buena parte de mí. Yo era mujer y viajera.
Pero aún faltaba. Aún había algo detrás del velo.
Había cumplido 40 y sabía perfectamente que había un hilo conductor. Algo que viene desde siempre, una esencia, algo que soy aunque trate de taparlo.
Y entonces leo en “Salvaje” esta frase:
“Pese a todas las cosas que había hecho en la vida, pese a todas las versiones de mi misma que había vivido, había algo que nunca había cambiado: yo era escritora.”
Repiqueteo con todos mis sentidos… Pero… ¿Escritora?
Me siento infinitamente identificada… Pero… ¿Escritora?
Sonaba tan grandilocuente! ¿Sería una más de mis fantasías de grandeza?
Escribía sí. Desde siempre. Pero ¿eso me hacía Escritora? ¿Eso es lo que quería? ¿Eso era lo que no podía admitir, eso es lo que había estado negando?
La escritura siempre fue mi instrumento de expresión. Para mí escribir es algo natural desde que era pequeña. La lapicera, el lápiz, la birome es algo que me viste como la ropa, algo necesario de llevar conmigo.
El cayo que se hacía en mi dedo mayor, muchas veces teñido de la tinta azul de mi lapicera de primaria, es el primer recuerdo que tengo de escribir y aún me acompaña.
La escritura fue siempre mi manera de hacer catarsis. Escribir lo que me pasa, lo que siento, hace que esas sensaciones salgan de mí, como si ponerlas en el papel les quitara pesar o, por el contrario, les otorgara más alegría según el tenor de lo que estoy contando.
Además escribir me ordena los pensamientos, casi siempre dispersos y caóticos, como si en el afán de producir un texto mínimamente comprensible se ordenasen las piezas de mi rompecabezas.
Pero un día me compro esta pequeña libreta. Ese día, consciente o no, había tomado la decisión de dejar fluir todo lo que llevaba dentro y había tenido secuestrado por años. Esa libreta ha tenido momentos de mucha creatividad y momentos de apatía absoluta, pero fue el objeto que marcó un quiebre, un nuevo comienzo.
Más por intuición que por razonamientos lógicos, compro la libreta, comienzo a seguir cursos y mecanismos de escritura a través de la web. Emprendo un camino que ni siquiera sabía que deseaba seguir. Esos sueños negados por siempre, toman el control y me van guiando. Agotada de luchar y vulnerable como estaba, yo me dejo llevar.
Día 16: Orgasmo de tinta y papel
Esa pequeña libreta fue un final y un comienzo nuevo.
Esa libreta plasmó un deseo, un sueño escondido: dejar de escribir para mí y escribir para los demás, aunque yo aún no lo sabía. Comenzaba a sentir que escribiendo era yo misma, comenzaba a sentirme inquieta, comenzaba a sentir esas mariposas en la panza que solo te produce la pasión, aunque no lo sepas o no logres admitirlo.
Bajo un tutorial de la web para escribir 10 minutos cada día. Lo hago casi sin expectativas, segura de que lo único que podía escribir era sobre mi propia vida, nunca había escrito más que trabajos académicos o diarios íntimos.
Pero el universo había preparado otra sorpresa para mí.
Me sentaba bien temprano a la mañana en un lugarcito especial de la casa con mi libreta y mi birome. Cerraba los ojos y dejaba que una imagen venga a mí. La escribía y desde ese instante se producía algo completamente mágico.
Mi parte racional del cerebro le daba lugar a mi parte emocional y salían de mí historias de ficción que jamás había imaginado poder escribir.
Cada mañana se repetía el suceso. Primero apatía, resistencia, casi negación –la parte racional miedosa y pacata-, yo insistía y en algún momento mi mano parecía cobrar vida y se movía por la hoja sin parar y escribía, asociaba, recordaba, pasaba las hojas rápido porque tenía tanto para decir y no quería que se me escape, más, más, más y escribía, escribía, escribía… hasta que extasiada y sin aliento me desplomaba para disfrutar.
Día 17: Cuando escribo
¿Cómo no enamorarme de ella?
Mi escritura y yo comenzamos a andar juntas, tomadas de la mano. A veces nos reímos, muchas otras lloramos. Nos encerramos en Mi cuarto privado y hacemos el amor, nos deleitamos juntas…
Como ese Ser que siempre estuvo cerca pero nunca le prestaste atención, hasta que un día realmente lo ves y no entiendes ¿cómo no estuviste enamorada de él toda la vida? No logro entender ¿cómo no la vi antes? Cómo no le presté la atención que ella me reclamaba desde siempre.
Recuerdo una vez que en la radio preguntaron: ¿cuál es tu momento de mayor placer? Yo sin dejar mediar mis obstáculos lógicos contesté inmediatamente: “Cuando escribo”. Hace años de ello. Como el placer de viajar que negué durante siglos. El placer que me produce escribir también lo oculté por demasiado tiempo.
Pero mi escritura resistió. Me esperó y ahora me tenía rendida en sus brazos.
Aún extasiada por lo que era capaz de hacer, me inscribo en un curso de escritura creativa. Yo quería escribir sobre viajes, pero mi intuición me llevó hasta ese curso y sin razonarlo demasiado me inscribí.
Quería experimentar una y otra vez ese instante único de armonía con mi ser, el momento en que me dejo fluir y mis manos ya no me pertenecen porque están a las órdenes de la imaginación.
Uno de los ejercicios consistía en hacer un mini-viaje por algún lugar desconocido de tu propia ciudad o sus cercanías, registrar lo que perciben tus cinco sentidos y sentarte a escribirlo.
Me senté a escribir y el suceso se repitió. Primero apatía, resistencia, casi negación –la parte racional miedosa y pacata-. Luego escucho los sonidos y elijo una foto. Escribo cinco palabras, una frase inspirada por esa imagen, solo cinco palabras. El resto fluyó sin parar. Las palabras brotaban de todo mi cuerpo, no solo de la cabeza. Emocionada y con las lágrimas a flor de piel… acabé nuevamente…
Fue la misma sensación que al meditar, cuando algo sale de ti y se vuela. No controlas lo que sucede, solo estás en paz en una dimensión diferente, en otro plano de tu propia existencia.
Nuevamente me desplomo para disfrutar de nuestro encuentro, y solo logro pensar: ¿cómo volver a la vida real después de esto?
La historia que escribí en ese encuentro la podés leer acá.
Día 18: Asumirse
Había encontrado otro sueño escondido, había derribado mis fronteras del miedo y los prejuicios y allí andaba como doncella enamorada viajándome.
Se trataba de un viaje diferente. Estaba recorriéndome, buscándome, encontrándome. Era una reunión conmigo misma, con esa parte que había negado por siglos, con mi escritura. Y ese encuentro me hacía sentía imparable.
Incluso, motivada por uno de los ejercicios del curso, dejé volar por primera vez uno de mis textos. Elegí a dos amigas que sabían cuánto necesitaba salir de mi caparazón y que lo iban a cuidar como si fuese un tesoro. Pero yo aún estaba convencida que la escritura era solo un instrumento de catarsis y de satisfacción personal. No algo que quisiese compartir. Siempre sentí la necesidad de expresarme, de dejar salir algo que sabía que estaba ahí bien guardado dentro mío, y lo había logrado. Con eso era suficiente.
Un día mi hija me preguntó: “¿Qué querés ser cuando seas grande, mamá?” Le contesté: “Escritora”. Ella feliz me expuso ante una amiguita mientras estábamos en el ascensor con su mamá y yo deseé que se abriera un hoyo y me tragase. Como dice Gilbert: “No soy una persona tan especial como para crear” ¡Qué atrevimiento! Mi vergüenza fue brutal, yo quería crear para mí y dejarlo en los espacios de mi intimidad. Mi escritura y yo éramos dos amantes ilegales que no salen a cenar un sábado por la noche.
Pero ella resistió. La amante que yo no me animaba a asumir aunque amaba con mis entrañas, se quedó ahí, me acunó y me esperó. La había mirado al fin, la había descubierto, me había fijado en ella asique me esperó hasta que estuve lista… e iniciamos este blog.
El curso de escritura creativa se llama Viajándome.
Día 19: Escribir Sana
Mientras peleaba por salir de ese pozo profundo, oscuro y enloquecedor, escribía.
Escribir me dio un espacio donde canalizar ese dolor, un puente entre la tragedia infinita y el papel dibujado, un puente entre lo interno y lo externo, entre mis sentimientos y mi realidad. Un puente entre un cuerpo abducido por el dolor y una mujer real que seguía viviendo…
Plasmar todo ese sentir en hojas rasgadas, entre apuntes académicos, en los márgenes de los libros o papelitos autoadhesivos fue como dejar gotear el dolor desde mis entrañas, ir liberándolo poco a poco.
La muerte deja secuelas que se presentan cuando ya las creías superadas. Lidié durante más de un año con un dolor físico en el centro de mi pecho y un miedo terrible a morir también, hasta que un día leí un post y alguna palabra, una frase -ni siquiera se cual- disparó un texto y hasta un dibujo de cómo se sentía ese dolor en mi cuerpo. Hacer consciente los miedos los disminuye, los reduce. El dolor fue aflojando y al tiempo desapareció…
Escribo desde que tuve fuerza para sostener un lápiz con mi mano y él se volvió parte de mí, una extensión de mi cuerpo, un nexo entre mi alma y el mundo… Solo escribía lo que sentía literalmente, un diario de vida para ordenar mis pensamientos. Un día intuitivamente me inscribí en un curso de escritura creativa y eso cambió mi visión de la escritura. Fue un antes y un después de ese curso. Comencé a ver la escritura como un medio para comunicarme con el mundo, no solo una forma de comunicarme conmigo misma.
Los primeros escritos fueron toda una revelación de sentimientos y emociones. Eran pequeñas historias de ficción pero había mucho de mí en esos personajes, había mucho deseo reprimido, muchas ideas que no conocía. Mis personajes fueron drenando la furia, el enojo y la ira que la muerte te genera y también me fueron mostrando el camino para salir de ese tormento. No eran relatos para publicar, no eran historias increíbles para mostrar, solo eran partecitas de mi dejándose fluir, aprendiendo a vivir, sanando mis heridas porque escribir sana.