BETTY BOOP

1-12 Andalucía: Continuidades y Rupturas

La calle Caldería Nueva de la ciudad de Granada lleva ese nombre por el antiguo gremio de calderos. Es una angosta calle del bajo Albaicín que rememora los antiguos zocos árabes por su intensa actividad comercial. En sus bazares se puede encontrar la cerámica de fajalauza -una cerámica pintada de origen morisco-, objetos de taracería – incrustación de materiales en placas de madera que los egipcios enseñaron a los árabes y éstos a los españoles-, cueros, coloridas mantas, pañuelos, almohadones, lámparas y faroles con cristales de mil colores y todo tipo de artesanías. Aunque, como toda calle turística, también una infinidad de baratijas de comercialización mundial.

Mi hija quiso una de esas bagatelas y yo ofrecí: “¿No querés que te compre estos zapatitos que son como los que usaba la princesa que vivió en aquel palacio?” le dije señalando la Alhambra y con la esperanza que prefiera llevarse un recuerdo de Granada en lugar de las bagatelas del comercio global. El encargado de la tienda escuchó el diálogo, me miró asombrado y con sus ojos negros bien abiertos me dijo: “Gracias señora, muchas gracias”. Mi hija aceptó comprar los zapatitos y el buen hombre estaba tan agradecido que concluyó: “Esto va de regalo por lo que acaba de explicarle a la niña”. Esta escena tuvo mucho más sentido al visitar la Alhambra y ver a decenas de familias de origen islámico recorriéndola con alegría y contándole a sus hijos cada detalle de este paraíso terrenal casi como si aún les perteneciera, o quizás con la melancolía de que ya no les pertenezca.

Al recorrer la Alhambra se hace difícil imaginar que fue habitada. Que desde allí se decidieron fiestas y batallas, se llevaron a cabo juicios o ceremonias diplomáticas, que sus paredes fueron testigo de amores y odios, traiciones y matanzas. Todo el complejo es más bien un homenaje: fundamentalmente a la luz… muchas de sus salas están iluminadas por la luz natural que se cuela a través de las ventanas y el tallado en yeso crea relieves que con los rayos del sol generan efectos de claroscuros; a la naturaleza… con las fuentes y surtidores de agua, el verde de los cipreses y arrayanes, los jardines en terrazas, las pérgolas, las flores y los peces de los estanques; al placer…con poemas en sus paredes y techos, el agua que se desliza susurrante, los baños y saunas, es una construcción para ser vivida y disfrutada; finalmente es un homenaje a las mentes que lo diseñaron y en las manos que lo moldearon cm a cm… la cal combinada con el polvo de mármol o yeso con que formaban el estuco y con el cual decoraban con flores, dibujos geométricos o arabescos, rítmicamente repetidos una y mil veces, hace inevitable no pensar en sus artesanos mucho más que en quienes la habitaron.

Granada fue el enclave que más tiempo pasó bajo dominio musulmán –del año 731 hasta la caída final del califato en 1492-. Almorávides, almohades y nazaríes, gobernaron el Reino de Granada donde poetas, filósofos, matemáticos y médicos llenaban de saber sus calles, aparentemente en un clima de tolerancia que acogía a pensadores de diferentes culturas y religiones.
Nótese el género masculino predominante, porque si bien la mujer en los territorios de Al-Andalus fue respetada y valorada, obviamente su rol seguía siendo doméstico, no les estaba permitido estudiar ni participar de la vida pública. Pero siempre hay excepciones y rebeldes: Wallada fue hija de uno de los últimos califas que gobernó en Córdoba, con el patrimonio heredado de su padre construyó una escuela para educar a las mujeres, fue poetisa y escribió versos contra las leyes y costumbres de la época.


Los Reyes católicos, Fernando e Isabel, asediaron Granada durante 6 meses antes de la capitulación de Boabdil en enero de 1492. Durante la Reconquista se tomaron diversas medidas para convertir a los miles de musulmanes que habitaban el territorio liberado. Primero fueron intentos de asimilación: evangelización, educación e incentivo de matrimonios mixtos para que fueran perdiendo su identidad cultural. Estas políticas fueron más eficientes en las ciudades donde el contacto con los cristianos viejos era cotidiano y donde el comercio tejía redes entre ambos grupos.
Pero el arzobispo de Granada, Pedro Guerrero, convenció a Felipe II, que mientras los moriscos mantuviesen sus costumbres no serían verdaderos cristianos. El rey convalidó esa postura y se pasó a medidas abiertamente represivas: prohibición total de las prácticas culturales de la población musulmana, de su lengua, de su vestimenta, los baños, ceremonias y ritos. Los musulmanes se rebelaron pero sufrieron, primero la deportación hacia todos los rincones del reino de Castilla y posteriormente la expulsión definitiva en 1609.

Aún así, muchos habitantes de origen musulmán se quedaron y otros lograron regresar. El rechazo a la pérdida de su identidad cultural fue tan profundo que los moriscos que permanecieron dentro del territorio peninsular aprendieron el código de la doble conducta cultural: en público se comportaban como verdaderos cristianos mientras en privado seguían siendo fieles a las tradiciones islámicas y de esa forma sobrevivieron.
Los árabes vivían en las morerías y a pesar de la prohibición de formar ghettos, que las autoridades en virtud de la integración habían impuesto, ni los moriscos querían salir de allí por temor a ser considerados traidores por su propia comunidad, ni los cristianos estaban dispuestos a ir a vivir a las morerías.

Esas fronteras imaginarias se potenciaron con la Reconquista y la necesidad de demarcación cultural. Arcos, Jerez, Chiclana, Conil, Jimena, Castellar, Vejer, todas poblaciones de apellido “de la Frontera” porque a medida que el rey cristiano iba ganando territorio a los árabes, iba marcando a las poblaciones reconquistadas y corriendo la frontera hacia el sur, la frontera entre cristianos y musulmanes, la frontera que delimitaba las regiones puras y castizas de los conversos e impuros.

Hoy la Gran Vía de Colón en Granada se asemeja a esa frontera imaginaria. A un lado, la cuesta del Albaicín, las paredes blancas pintadas a la cal, simples y austeras de los cármenes; al otro la ciudad moderna que aloja alrededor de la Plaza de Isabel la Católica, la Catedral, el Ayuntamiento, el Monasterio de San Jerónimo notorios por las ornamentaciones barrocas y los excesos decorativos de sus construcciones.

La reincorporación de la región andaluza convirtió al cristianismo en el principal demarcador de la identidad étnica española. El casticismo y la españolidad se definirán como la identificación con el cristianismo -por oposición al islam y al judaísmo-, lo cual quizás explica en parte esas expresiones exageradas de patriotismo y religiosidad que se ven a cada paso en Andalucía.

Frente a la Puerta del Perdón de la Mezquita de Córdoba, Ana la guía dice entusiasmada: “Los invito a conocer la Catedral”. La señora de unos 50 años, vestida con traje gris demasiado holgado para su delgadez, el cabello tomado con excesiva tirantez en un rodete bien alto y una sonrisa angelical impostada, era la guía en español que contratamos por internet. Una de las participantes del grupo, una chica joven que llevaba un mechón de pelo y los labios pintados de morado la corrige “la Mezquita”. El cruce de miradas nos anuncia una visita interesante.
La guía comienza contando los orígenes visigodos de la construcción de acuerdo a las excavaciones y restos, para probar que la Mezquita fue edificada arriba de una basílica del siglo VI, “que los cristianos siguieron recordando y venerando a pesar de su desaparición”, hasta la reconquista de Córdoba por Fernando III el Santo en 1236 cuando “todo el recinto fue nuevamente consagrado como Iglesia madre de la Diócesis, y desde entonces y sin faltar un solo día la comunidad cristiana se reúne para escuchar la Palabra de Dios…”. La chica le dice algo al oído a su novio, masculla… pero calla y la visita prosigue.

«Durante la intervención islámica” se construye la Mezquita mientras Córdoba era capital de Al-Andalus el territorio gobernado por los árabes en España que fue un importante centro político, social…»

“Y cultural con una elogiada universidad y una importante convivencia interreligiosa” acota la muchacha mirando hacia arriba sin prestar atención a la reacción. La señora no se achica: “Este impresionante recinto está inspirado en las Mezquitas islámicas pero es visible la fuerte influencia del arte hispanorromano ya que, en las diferentes etapas y a pesar de las intensas persecuciones a nuestro pueblo, han sido muy importantes los aportes cristianos a la construcción”, al tiempo que resalta “el afán de ostentación de poder, la poca originalidad y el abaratamiento de costos de la última ampliación de los gobernantes árabes.”


“El rey Fernando III devuelve, restaura, recupera y purifica el espacio sagrado de la fe ajena impuesta por la dominación. Se hacen reformas para restaurar los signos cristianos y poder celebrar la liturgia entre este bosque de columnas y se anexan varias capillas, murales y piezas de culto…” La joven está cada vez más ofuscada y su novio la toma de los hombros para calmarla.
La reflexión final de la guía fue para remarcar que “gracias a la Iglesia, en su misión de custodiar el arte, se ha logrado que este lugar no se convierta en un montón de ruinas. Así que aprovechen la emoción que despierta su belleza para despertar la fe en Dios” La chica no aguantó más la diatriba y elevando el tono de voz le dijo “no pasó lo mismo con las otras 999 mezquitas que había en la ciudad que fueron sustituidas por iglesias, ni con los 600 baños públicos. Y fue Carlos I quien decidió conservarla enfrentando a la Iglesia que quería derrumbarla. Sería bueno que cuente la historia real no la que le conviene” le dijo ya en tono sarcástico y muy poco cordial.

Luego de esta zambullida sin salvavidas a los mares de la historia, nos despedimos en el Patio de la Mezquita, donde el olor de los naranjos y la calidez del sol en pleno enero, nos alivia el profundo malestar por la escasa objetividad de la guía. Pero la salida a la superficie duró solo unas calles, nos volvimos a tirar de cabeza en una etapa sangrienta de la ciudad entrando en el Museo de la Inquisición que muestra los elementos y procedimientos de tortura utilizados por ese tribunal durante seis siglos.

La Reconquista y luego la Contrarreforma producen la necesidad de recuperar fieles, el Santo Oficio bregará por el estricto cumplimiento de las normas cristianas, la detección y conversión de moros y judíos, mientras la Iglesia inventa procesiones y celebraciones de penitencia y pasión espiritual, de sacrificio y adoración de los santos.

El mismo año que los católicos reconquistan el último bastión musulmán en la península, Colón llega a América. 1492 es el año en que España se reconvierte en su totalidad al catolicismo y comienzan a llegar los tesoros expoliados de las nuevas tierras. Sevilla será el puerto donde llegan y se comercializan todos los productos expoliados a los americanos.

Tal vez por eso, la Sevilla más monumental nos recuerda a cada paso eso de nuestra “Madre Patria” como nos enseñaban historia en América. Colón vino a descansar para la eternidad en el imponente sepulcro de la Catedral cuyo retablo fue confeccionado con toneladas de oro de México y Perú y el coro con caoba cubana; enfrente los Reales Alcázares desde donde Isabel la Católica lo envió a los mares; a pocos metros el Archivo de Indias donde quedaron registrados el saqueo, ¿también la matanza?, que significó para América la conquista, y la Torre de Oro, probablemente lleva ese nombre porque el oro de América desembarcaba allí.

Los invasores moros habían sido expulsados, Colón había descubierto América y los comerciantes iban y venían por el Atlántico expoliando las riquezas de las nuevas tierras. Andalucía se convierte en el centro neurálgico del comercio con el nuevo mundo y por dos siglos usufructuó su posición estratégica pero no logró que la Corona -empeñada en otras conquistas- invierta el caudal de fondos provenientes de América en el desarrollo de esta región.

Luego de ese período de prosperidad ficticia, y a pesar de ser durante el siglo XIX un importante centro industrial al interior de la economía española, ya en el siglo XX Andalucía perdió su relevancia económica quedando hasta hoy como una de las regiones menos desarrolladas de Europa y la más pobre de España.

La región ha ocupado desde siempre el lugar de la periferia del imperio español y desde el centro castellanizante se la ha considerado siempre como étnicamente impura, de sangre conversa. A pesar de su indudable fidelidad política, en relación a lo étnico será siempre considerada periferia.

La reivindicación para Andalucía de un patrimonio diferenciador y por lo tanto pasible de ser considerada una nación histórica dentro de España, o más radicalmente, pasible de la independencia, surge muy tardíamente con el proyecto presentado por Blas Infante. Este se asienta justamente en los rasgos que el centro castizo utiliza para justificar el estigma sobre los andaluces. Para él la distinción étnica del andaluz se basa en su mestizaje, en su herencia morisca. La singularidad andaluza y su rasgo más positivo, de inclusión y ecumenismo, los hace hombres universalistas justamente por la mezcla en su ser de diversos continentes. Blas Infante aboga no solo por la reivindicación cultural sino también por establecer relaciones políticas con el mundo árabe, lo cual le valdrá la sospecha de haberse convertido al islam y apenas comenzada la guerra civil su detención y fusilamiento.

 

En el siglo XIX fueron los viajeros románticos ingleses, franceses, italianos, quienes encontraron en lo andaluz el componente diferenciador y de originalidad contra la homogeneidad de la sociedad ilustrada. Lo sentimental e instintivo proyectaba rebeldía y esto generó una fuerte atracción en viajeros y escritores: Washington Irving con “Los cuentos de la Alhambra”; Prosper Mérimée con su novela de la femme fatale “Carmen” y la exitosa adaptación para la ópera de Georges Bizet; más tarde Ortega y Gasset con “Teoría de Andalucía” y muchos otros; crearon imágenes románticas que simplificaban en extremo la compleja realidad andaluza y gitana pero tuvieron fuerte repercusión en el extranjero, imponiendo esa visión romántica a toda España.
En el siglo XX será el cine, la música, luego la televisión quienes recrean los estereotipos y desarrollan un imaginario que se transmite a lo largo del tiempo. La cultura popular ocupa un lugar central en la configuración de las comunidades de pertenencia y puede ser utilizada para reproducir o manipular determinados valores. La dictadura franquista se valió de esta imagen como aglutinador de una españolidad amenazada por las nacionalidades que conforman el Estado y como reproductor de los valores morales y católicos.

Andalucía fue encasillada en estereotipos que perdurarán hasta la actualidad. Se convirtió en el patio de recreo, la tierra del sol y las playas, de pescaíto frito y chiringuitos, de las fiestas y el placer, de la felicidad y el hedonismo y, por añadidura, una sociedad atrasada y ruralizada, tierra de la vagancia, de subsidios y pereza, del chiste fácil y el lenguaje exagerado.
El estereotipo además conlleva una doble carga: de género y de clase. Los hombres pobres serían informales, ignorantes, jornaleros y bufones, mientras los “señoritos” terratenientes y blancos, defensores de las buenas costumbres, las convenciones y la religión.

Las mujeres en general, históricamente relegadas al hogar y sin poder estudiar. En particular: las gitanas como delincuentes, femme fatal o doncellas que el hombre blanco debía educar; las damas franquistas como cuidadoras del hogar y sostén de los valores morales; las danzaoras como salerosos objetos para alegrar las fiestas; las viudas castigadas a morir en vida envueltas en absoluto negro, escondidas y encarceladas en sus casas.
La visión reduccionista y folclórica de Andalucía se impuso no solo en el imaginario social de toda España, sino incluso al interior del propio colectivo andaluz, de sus hombres y mujeres. Porque, aún siendo una visión reducida de la complejidad social, tienen siempre algo de veracidad y con el tiempo el estereotipo se consolida y petrifica.

Con la vuelta a la democracia, en 1977 los andaluces se manifestaron masivamente para ser respetados y escuchados, colmaron las calles pidiendo la autonomía pero también la deconstrucción de los estereotipos.
La transición significó también la irrupción con todas las fuerzas de la mujer en la vida pública y el cambio de la cultura dejando atrás esos estereotipos para reivindicar las identidades, el arte andaluz, los derechos de las mujeres y la integración de los diferentes.


Las batallas se pelean, a veces se ganan pero no siempre se sostienen. En las últimas décadas, con la llegada de inmigrantes de origen musulmán, se observa una conversión al islam entre la población de ciudades como Granada, con la consecuente reivindicación de usos y costumbres. Este fenómeno ha suscitado nuevamente una reacción antimusulmana y antimora con actitudes de discriminación por parte de la opinión pública española y andaluza.

La principal muestra de este retroceso en la lucha por la igualdad y la integración, por la tolerancia de la que hablaba Infante, es el acceso de un partido de extrema derecha, por primera vez en España, al parlamento y al gobierno autonómico que se produjo hace días justamente en Andalucía. Vox triunfó con un discurso contra los inmigrantes y contra las políticas de igualdad para las mujeres.

Aún así, hay una expresión cultural que refleja todo este proceso contradictorio entre continuidad o ruptura, sumisión o desobediencia, manipulación o persistencia, de españolidad o singularidad, es justamente la que puede contener todo esto en su interior: el arte flamenco.

Conjunción de danza árabe, cadencias y cantes gitanos, sevillanas, bulerías, rumbas y fadangos que acarrean siglos y se han mezclao en una expresión armónica y seductora.
El flamenco fue una de las expresiones manipuladas, primero como aglutinador de lo español –el llamado nacionalflamenquismo franquista-, luego como entidad exótica y romántica susceptible de convertirse en producto vendible para atraer turistas. Los tablaos como producto de exportación de la “Marca España”, se convierten en fuente de ingresos clave para la economía española pero también para la andaluza: el estereotipo se mantiene y los mitos se reproducen.

Sin embargo, la única noche que pasamos en Jerez de la Frontera, nos topamos con un barcito pequeño donde se anunciaba un espectáculo flamenco. Nos arrinconamos en una mesita contra la pared y el escenario improvisado donde subieron un guitarrista, un cantaor y un palmero.
El cantaor no tenía una voz que te hacía temblar, pero el ambiente que se generó entre esas tres personas encima de la tarima, algunos locales -entre ellos las familias de los artistas- y un grupo de desubicados turistas como nosotras que no sabíamos ni batir palmas, fue un momento de empatía suprema coronado por la hija del cantaor -de tan solo 3 o 4 años- que se puso a bailar y revolear sus manitas con un sentimiento que atravesaba los muros de cualquier mortal.

Al día siguiente subimos al típico taxi guiri –la calesa de caballos- que nos llevó por la ciudad mostrándonos las peñas, las bulerías y hasta el monumento a Lola Flores, hija predilecta de Jerez. Pero nosotras ya habíamos entendido y sentido el flamenco allí donde está realmente vivo, allí donde persistió lejos de la manipulación y la utilización como show rentable.
Andalucía aún se debate entre la españolidad y esa reivindicación de lo converso del andaluz como su principal rasgo de identidad. Entre la subordinación al centro y la reivindicación periférica, entre seguir las convenciones sociales y las penitencias religiosas o entregarse al placer y las bellezas de la vida

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